La lucha de Wilberforce parecía en todos los sentidos una causa perdida, pero si algo caracterizó la vida de este político fue la perseverancia frente a tantos intereses que hacían de su lucha un esfuerzo inútil. Las propuestas de Wilberforce fueron derrota das una y otra vez en el Parlamento, hasta que, por un extraño giro de la Providencia, se ganó la votación en 1807, que acabó con el tráfico de personas, del que dependían las dos terceras partes del comercio del país, veinte años después de su primera iniciativa legislativa. La bendita terquedad de Wilberforce nos muestra la necesidad de paciencia y perseverancia, para poder lograr algo de justicia en este mundo.
Es indudable que Wilberforce perdió más batallas que ganó. ¿Qué le motivaba a seguir adelante? Para comprenderlo, tenemos que entender el cambio que transformó su vida: una revolución espiritual. La experiencia de Wilberforce es un poderoso testimonio de que el nuevo nacimiento lleva a amar intensamente a Dios y a los demás. La lucha por la justicia nace de una experiencia de la Gracia de Dios en Jesu cristo, porque la justicia en la Biblia va más allá de la corrección de aquello que está mal; incluye la generosidad y la preocupación por el débil, que refleja el carácter de Dios. La preocupación que lleva realmente a cuidar del necesitado y a proteger a los más vulnerables de nuestra sociedad no viene de la culpa, sino de la Gracia. La vida de Wilberforce es un ejemplo de esa Gracia transformadora.