Cuando Agustín entregó el liderazgo de su iglesia en 426 a.C., su sucesor se encontraba tan abrumado por la conciencia de su incompetencia que declaró “El cisne guarda silencio”, temiendo que la voz del gigante espiritual se perdiera en poco tiempo. Pero por 1 600 años, Agustín no ha guardado silencio, ni tampoco lo han hecho los hombres que fielmente han tocado la trompeta por causa de Cristo después de Él. Sus vidas han inspirado cada generación de creyentes y nos impulsan a tener una mayor pasión por Dios.
Con los grandes privilegios espirituales viene gran dolor. Es claro por las Escrituras que este es el designio de Dios: “Y para que la grandeza de las revelaciones”, escribió Pablo en 2 Corintios 12:7, “no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera”. Gran privilegio, gran dolor, el diseño de Dios. Lo mismo sucedió con Bunyan, Cowper y Brainerd. Pero no todos tenían el mismo dolor. Para Bunyan era la prisión y el peligro, para Cowper era una depresión de por vida y una oscuridad suicida, para Brainerd era la tuberculosis y el “mundo salvaje”.
¿Cuál fue el fruto de esta aflicción? ¿Y cuál fue la roca sobre la que creció? Considera sus historias y sé alentado en que ningún trabajo ni sufrimiento en el camino de la obediencia cristiana es en vano. “Detrás de una ceñuda providencia, Él esconde un rostro sonriente”.