En palabras del autor, debemos enfrentarnos a la conciencia de saber que todo entendimiento es frágil.
Nos toca presenciar de cerca la debacle de instituciones, ideas, personalidades y proyectos. La posmodernidad vino para desestabilizar buena parte de las soluciones que funcionaron para nuestros padres y abuelos; hoy sus respuestas ya no resultan tan útiles para entender el mundo que nos rodea.
Toda nuestra historia está simbolizada en esas dos escenas de los evangelios: el reconocimiento y la negación. Por gracia de Dios, nos unimos a Pedro en la afirmación más grande de todas: que el profeta Jesús es el Hijo del Dios viviente. Por cobardía, nos unimos a Pedro y seguimos diciendo «yo no conozco a ese hombre». La iglesia reconoce y niega, afirma y traiciona, acepta y rechaza. Veinte siglos de historia son testigos de esa dualidad.