El hecho de vivir con humanos genera desorden. Nuestros hijos generan desorden. Nuestros cónyuges y amigos generan desorden. Lo mismo es cierto de nuestros compañeros de trabajo, jefes, pastores y presidentes…y de nosotros también.
El desorden asusta, es doloroso y ofensivo. Y ya sea que estés tratando con el dolor de un fracaso personal, la frustración de un hijo irrespetuoso, la devastación de una enorme traición, el estrés de un conflicto en el área de trabajo o los efectos secundarios de las más amplias injusticias sociales, normalmente reaccionamos de la misma forma: con temor, vergüenza y castigo.
Estas reacciones son comprensibles… pero no ayudan en absoluto a arreglar el problema. De hecho, tan solo perpetúan una cultura de temor, falta de perdón, retribución y desconexión.