El término ‘discípulo’ implica una relación entre alumno y maestro. Si el uso de la palabra ‘discípulo’ hubiera continuado a lo largo de los siglos, los cristianos seríamos más conscientes de nuestra condición ante Jesús y de la responsabilidad que implica.
Un desafío a vivir el discipulado genuino, que compromete todo el ser.
John Stott hace un análisis de ocho características del discipulado que con frecuencia se descuidan: conformismo, semejanza a Cristo, madurez, cuidado de la creación, sencillez, equilibrio, independencia y muerte.